Todos los días pasan cosas, algunas apenas sin importancia, otras todo lo contrario.
El sábado recogí por primera vez en mi vida una cesta de navidad, que cosa más tonta. Por culpa de eso llegué tarde a casa y el risotto que hice para comer no quedó tan bien como esperaba. Alfredo el pobre, como es buen amigo no se quejó y se lo comió todo.
El domingo perdimos el partido, Jose se lesionó en el primer tiempo y yo me resentí de la lesión de rodilla en el segundo, menudo cuadro. Unas horas depués estábamos comiendo con nuestros amigos de la facul, y por una vez, estábamos todos juntos. Y a la vez, en Alcorcón estaba naciendo el primero hijo de una buena amiga a la que hace tiempo que ya no veo.
El lunes mientras consumía los últimos días antes de mis vacaciones me enteré de que ***** estaba dando sus últimos pasos. No pude evitar sentir pena mezclada con un poco de rabia, no es justo que tanto esfuerzo y dedicación no hayan tenido la recompensa merecida. Al menos les quedará la satisfacción de haberlo intentado y el aprendizaje que ha supuesto toda esta aventura.
Para despedir a ***** debería haber utilizado "Que tengas suertecita" de Bunbury como me pidió I, pero ya la utilicé hace tiempo en el blog por otras causas, así que no era posible utilizarla de nuevo (está prohibido repetir).
Le prometí buscar una canción y me he acordado de una conversación que tuve no hace mucho sobre esta canción y su significado. Y aunque en el fondo se pueda pensar que se trata de una canción de desamor, esconde entre sus estrofas mucho más. Son tantas las metáforas que es difícil saber bien lo que quiere decir el autor y cada uno tiene que interpretarlas como mejor pueda. En la estrofa que da título a la entrada entiendo que se refiere al fin de una etapa, a seguir adelante y no mirar atrás, porque lo que dejas atrás es algo irrepetible, algo que de hecho va a ocurrir con el fin de *****.
Además se que esta canción le va a gustar a Alfredo (fan número uno de Sabina) y a mi compañera de tardes de café y charla, charlas que no pensaba echar tanto de menos estos días.
Joaquín Sabina - Peces de Ciudad
Se peinaba a lo garçon
la viajera que quiso enseñarme a besar
en la gare d'Austerlitz.
Primavera de un amor
amarillo y frugal como el sol
del veranillo de san Martín.
Hay quien dice que fui yo
el primero en olvidar
cuando en un si bemol de Jacques Brel
conocí a mademoiselle Amsterdam.
En la fatua Nueva York
da más sombra que los limoneros
la estatua de la libertad,
pero en desolation row
las sirenas de los petroleros
no dejan reír ni volar
y, en el coro de Babel,
desafina un español.
No hay más ley que la ley del tesoro
en las minas del rey Salomón.
Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un no te quiero querer.
Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar
al país
donde los sabios se retiran
del agravio de buscar
labios que sacan de quicio,
mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad
que mordieron el anzuelo,
que bucean a ras del suelo,
que no merecen nadar.
El Dorado era un champú,
la virtud unos brazos en cruz,
el pecado una página web.
En Comala comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver.
Cuando en vuelo regular
pisé el cielo de Madrid
me esperaba una recién casada
que no se acordaba de mí.
Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis venas va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un liguero de mujer.
Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar
al país
donde los sabios se retiran
del agravio de buscar
labios que sacan de quicio,
mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad
que perdieron las agallas
en un banco de morralla,
en una playa sin mar.
la viajera que quiso enseñarme a besar
en la gare d'Austerlitz.
Primavera de un amor
amarillo y frugal como el sol
del veranillo de san Martín.
Hay quien dice que fui yo
el primero en olvidar
cuando en un si bemol de Jacques Brel
conocí a mademoiselle Amsterdam.
En la fatua Nueva York
da más sombra que los limoneros
la estatua de la libertad,
pero en desolation row
las sirenas de los petroleros
no dejan reír ni volar
y, en el coro de Babel,
desafina un español.
No hay más ley que la ley del tesoro
en las minas del rey Salomón.
Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un no te quiero querer.
Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar
al país
donde los sabios se retiran
del agravio de buscar
labios que sacan de quicio,
mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad
que mordieron el anzuelo,
que bucean a ras del suelo,
que no merecen nadar.
El Dorado era un champú,
la virtud unos brazos en cruz,
el pecado una página web.
En Comala comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver.
Cuando en vuelo regular
pisé el cielo de Madrid
me esperaba una recién casada
que no se acordaba de mí.
Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis venas va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un liguero de mujer.
Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar
al país
donde los sabios se retiran
del agravio de buscar
labios que sacan de quicio,
mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad
que perdieron las agallas
en un banco de morralla,
en una playa sin mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario